Misterio - Del latín mysterium. Tomado del griego mystérion que significa secreto, algo que debe permanecer oculto, da la idea de silencio; otro término que etimológicamente se aplica a todo lo relacionado con misterio es "místico", del griego mystikós que es un adjetivo de mýstes o iniciado, por lo que mystikós es iniciático, y se relaciona con la iniciación y su doctrina.
En el sentido más exterior el misterio es de lo que no se debe hablar, aquello que está prohibido hacer conocer afuera, un segundo sentido más interior designa lo que se recibe en silencio, eso sobre lo cual no se debe discutir, porque son verdades que por su naturaleza supranatural y suprarracional, están sobre toda discusión.
Respecto de estos misterios, nadie puede dudar que fueron los símbolos del
En su origen etimológico "misterion" significa secreto, culto secreto o arcano, y en relación con el cristianismo hay que decir que las primeras comunidades también empleaban esta palabra para referirse a los sacramentos y celebraciones. En aquellos primeros siglos de cristianismo, los sacramentos, su desarrollo y celebración no están al alcance de todas las personas, son secretos de la comunidad cristiana, entonces cerrada frente al exterior. Los paganos muestran en ocasiones su desconocimiento por lo que se celebraba en las Asambleas cristianas, confundiendo la Eucaristía, por ejemplo, con un rito caníbal. Era muy lógico que dado el desconocimiento, se llamara misterio a aquellos ritos secretos.
Yendo un poco más lejos, no sólo se llama misterio por ser desconocido por los paganos, sino porque la relación íntima con Dios, celebrada en los sacramentos, les hacía palpar el misterio de la trascendencia en sus propias vidas. Así, en la primera comunidad cristiana el "gran misterio" era Jesucristo, sacramento original del Padre. Hay que decir que la palabra "misterion" griega fue traducida por los padres latinos por "sacramento", de ahí que se empleara indistintamente. Hoy no son sinónimos, pero en la antigüedad cristiana sí. Así los sacramentos, serían símbolos, fuerzas para la unidad, pero además eran secretos, depositarios del gran secreto de los iniciados en la nueva fe: Jesucristo es el Señor. Hay en todo esto un gusto y un sabor especial por lo esotérico, posiblemente por el contexto helénico que les tocó vivir.