Por Oscar Wilde.
A la memoria de C. T. W.antiguo soldado de la Guardia Real de Caballería.
Muerto en el Presidio de Reading, Berkshire, 7 de julio de 1896.
Él no llevaba su abrigo escarlata,
porque rojos son la sangre y el vino
y sangre y vino había en sus manos
cuando ellos lo encontraron con la muerta,
la pobre mujer muerta a la que había amado
y a la que asesinó en su lecho.
Paseaba entre los Procesados
en un uniforme de raído gris;
sobre su cabeza una gorra de cricket
y su andar parecía ligero y alegre;
pero yo nunca vi a un hombre que mirara
tan tristemente el día.
Nunca vi a un hombre que mirara
con semejante tristeza
ese pequeño toldo azul
al que los presos llaman cielo
y a cada nube que flotando marchaba
con sus velas de plata.
Yo paseaba, con otras almas en pena,
dentro de otro círculo
y me estaba preguntando si el hombre había hecho
algo grande o pequeño,
cuando una voz detrás de mí susurró:
"¡A ese tío lo van a colgar!"
¡Santo Cristo! hasta los muros de la cárcel
de pronto parecieron tambalearse
y el cielo sobre mi cabeza se convirtió
en un casco de acero abrasador;
y, aunque yo era un alma en pena,
mi pena no podía sentirla.
Sólo sabía qué inquietante pensamiento
apresuraba su paso, y por qué
él miraba al deslumbrante día
con semejante tristeza;
El hombre había matado lo que amaba,
y por eso tenía que morir.
Aunque cada hombre mata lo que ama,
que lo oiga todo el mundo;
unos lo hacen con una mirada amarga,
otros con una palabra lisonjera;
el cobarde lo hace con un beso,
¡El hombre valiente con una espada!
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
y otros cuando son viejos;
unos lo estrangulan con manos de Lujuria,
otros con manos de Oro:
el más amable usa un cuchillo, porque
así el muerto se enfría antes.
Unos aman demasiado poco, otros demasiado tiempo,
algunos venden y otros compran;
unos dan muerte con muchas lágrimas
y otros sin un suspiro:
pero aunque cada hombre mata lo que ama,
no todos mueren por ello.
No todo hombre muere de una muerte vergonzosa
en un día de negra desgracia,
ni le echan un dogal al cuello,
ni un trapo sobre el rostro,
ni caen sus pies a través del suelo,
en un espacio vacío.
No todo hombre vive con hombres silenciosos
que lo vigilan noche y día,
que lo vigilan cuando intenta llorar
y cuando intenta rezar,
que lo vigilan por miedo a que él mismo robe
a la prisión su presa.
No todo hombre despierta al alba y ve
aterradoras figuras a través de su celda,
el escalofriante Capellán vestido de blanco,
el deprimente y severo Alguacil,
y el Director todo de lustroso negro,
con el rostro amarillo de la Sentencia.
No todo hombre se levanta con lastimera prisa
para ponerse sus ropas de presidiario,
mientras algún deslenguado Doctor se regocija y anota
cada nueva y repentina crispación,
manoseando un reloj cuyo pequeño tictac
es como horribles martillazos.
No todo hombre siente esa enfermiza sed
que le reseca a uno la garganta, antes
de que el verdugo con sus guantes de faena
cruce la puerta acolchada
y le ate con tres correas de cuero
para que la garganta no sienta más sed.
No todo hombre inclina su cabeza para escuchar
la lectura del Oficio de Difuntos
ni, mientras la angustia de su alma
le dice que no está muerto,
pasa junto a su propio ataúd, camino
del espantoso corredor.
No todo hombre mira fijamente hacia el aire
a través de un pequeño tejado de cristal,
ni reza con labios de barro
para que pase su agonía,
ni siente sobre su mejilla estremecida
el beso de Caifás.
1 comentario:
:)
Que bella eres...
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