Así lo entendían ya los romanos, que hacían vestir a los aspirantes a esos cargos una túnica blanca, llamada candida, con la que se exhibían públicamente para manifestar públicamente la pureza y la honradez que cabía esperar de ellos.
El nombre de la túnica provenía de la raíz indoeuropea kand- o kend- (brillar), de la cual se han derivado palabras tales como candelabro, candente, candela, cándido, incandescente, incendio, etcétera.
Ningún derivado de candidus llegó hasta nosotros con significado directamente alusivo al color blanco, pero la blancura deslumbrante que la palabra latina candor expresaba en la lengua de los césares se mantuvo en el español candor, con el sentido de "sinceridad, sencillez y pureza de ánimo" que la palabra también tenía en latín. El Diccionario de la Real Academia Española menciona el sentido de "suma blancura" como acepción de candor, pero en la práctica esta palabra es muy poco usada con ese sentido.
Con la extensión de la democracia desde la segunda mitad del siglo XVIII, la palabra candidato es hoy harto conocida en toda la comunidad hispanohablante. No lo era antes de esa época, como permite comprobar el Diccionario de autoridades (denominación de la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española, 1729), que decía:
El que pretende y aspira o solicita conseguir alguna dignidad, cargo, ó empleo público honorífico. Es voz puramente Latina y de rarísimo uso.
Cabe añadir que las velas, candelas o cirios eran llamados en latín candela, en alusión al brillo que provenía del calor; de ahí la palabra candente, que en latín significaba ‘blanco o brillante como consecuencia del calor’, y la castellana incandescente.
Difunto.
La vinculación de la idea de la muerte con la del pago de una deuda está presente en más de una palabra de nuestra lengua, como podemos ver en la entrada sobre bono. Otra de esas palabras es difunto, que proviene del latín defunctus, formada por el prefijo de- con functus, el participio pasivo del verbo fungi (cumplir, acabar, pagar una deuda). El significado originario de defunctus no estaba vinculado con la idea de la muerte, sino que se aplicaba, como adjetivo, a la persona que había saldado alguna cuenta o cumplido con alguna obligación.
En el latín tardío, la Iglesia católica utilizó este término como eufemismo para ‘muerto’, con el sentido de ‘el que ya cumplió con la vida’.
Abril.
Abril es el cuarto mes del año en el calendario gregoriano y uno de los cuatro con treinta días. Proviene del nombre latino aprilis, pero existen dudas con relación a su origen. Tradicionalmente se ha dicho que proviene del latín aperire (abrir), porque forma parte de la estación durante la cual las flores empiezan a ‘abrirse’ en el hemisferio Norte. Pero como los meses romanos se refieren, en general, a las divinidades, y como abril estaba consagrado a Venus, algunos han sugerido que el nombre de este mes podría haber sido originalmente aphrilis, como referencia a la Venus griega, Afrodita.
Hermenéutica.
Es el arte de interpretar textos. Los griegos llamaban hermenéus a quienes oficiaban de intérpretes o traductores de cualquier lengua o explicadores de cualquier disciplina. A partir de los hermenéus se formó el adjetivo hermeneutikós (relativo a la interpretación), que en nuestra lengua dio lugar al sustantivo hermenéutica, aplicado inicialmente a interpretación de la Biblia y, en un sentido más amplio, a la interpretación del fenómeno religioso como un todo, a las teorías filosóficas del significado y a la comprensión e incluso la interpretación de los textos literarios.
En los siglos XIX y XX, la hermenéutica alcanzó el estatus de sistema filosófico, merced a los trabajos de Wilhelm Dilthey, Edmund Husserl y Martin Heidegger.
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