La palabra ortografía está formada por el prefijo "orto", que significa "correcto" y el término "grafía", que quiere decir "escritura". Tener buena ortografía implica, por lo tanto, escribir con precisión y en el orden adecuado las letras que corresponden a las palabras, dejar los espacios que separan un término de otro y utilizar correctamente los signos auxiliares de la escritura.
La forma, el contenido de un texto, su posibilidad de establecer la comunicación, son elementos fundamentales. Pero, la ortografía actúa como carta de presentación y, cuando es mala, perjudica a quienes no la dominan.
Un examen, un ascenso, un empleo, pueden perderse por escribir erróneamente las palabras.
También limita, en forma parcial, la seguridad en la expresión escrita. Quien tiene mala ortografía, generalmente, es consciente de ello y evita escribir. No hace uso de una de las tantas posibilidades que el lenguaje nos brinda.
La ortografía constituye uno de los mayores desafíos para los educadores, cuando planifican y, luego, desarrollan el aprendizaje de la misma. Todo educador aspira a que sus alumnos dominen la ortografía, no solo porque constituye un aspecto esencial del lenguaje, sino porque es materia opinable y la sociedad la juzga con severidad.
Todos, de alguna forma, estamos pendientes de cómo la manejan los demás y sentimos un cierto "placer" y una cierta indignación, cuando comprobamos que otros cometen errores ortográficos.
Entonces, por lo general, si quienes no dominan la ortografía son niños o jóvenes, la culpa recae en los docentes; si bien algo de culpa tienen, no es sólo la escuela quien enseña ortografía.
La ortografía es un aprendizaje evolutivo, que comienza cuando el niño toma el primer contacto con la letra escrita, alcanza su punto culminante en los años escolares, pero seguirá desarrollándose durante toda la vida.
Se aprende ortografía todos los días, y aprenderemos más y mejor, si somos buenos lectores.
Cuidar la ortografía, perfeccionarla, mejorarla, es deber de quien quiera expresarse con corrección.
Podemos culminar citando al académico García Yebra, «no se puede esperar que todos los que escriban digan cosas geniales, pero sí se puede exigir de todos los que escriban que lo hagan correctamente».
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