Premio Internacional de Microficción “Garzón Céspedes” 2008.
Monoteatro sin Palabras.
Fátima Martínez Cortijo (España, Madrid).
Una anciana de unos setenta años está en el sofá de un cuarto decorado hace una treintena de años. Junto a ella hay una caja floreada, cerca una mesa y un aparador. La anciana usa gafas y se las quitará y se las pondrá durante toda la escena según la necesidad del personaje.
ANCIANA:
La anciana mira fotografías de la caja. Se para en ellas, sonríe. Con una de ellas se altera. Primero sorprendida, luego dolida, la tira a una papelera. También las dos siguientes. Sigue mirando fotos. Pero ya no sonríe. Se levanta a por las anteriores. Vuelve a mirarlas, las arruga con rabia y las tira de nuevo. Sigue pasando fotografías, pero cada vez mira a la papelera con más insistencia. Al rato saca lo que había tirado y las alisa con las manos sobre sus piernas. Suspira. Coge unas tijeras y recorta una mitad aproximada de cada una de las fotografías. Las mitades sobrantes las mete en un bol y les prende fuego. Las mira arder unos segundos. Se sienta a seguir viendo sus recuerdos. Al rato mira las cenizas. Inclina el bol sobre la papelera, pero duda. Al fin, algo lacrimosa, se decide por sacar un cofrecillo de algún mueble y vuelca despacio las cenizas en él. Se sienta a ver las fotografías que le quedan por mirar. Al cerrar la caja descubre los recortes que había separado. Hace intención de guardarlas, pero mira hacia las cenizas y tras unos instantes se decide a prenderlas también. Cuando han ardido las vuelca en el cofrecillo, junto a las otras. Hace sitio en la caja y mete en él lo que ahora es urna funeraria.
Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve.
Jorge Kling (Argentina).
ELLA Y SU SOMBRA
Mujer de unos cuarenta años. Parada delante de una pantalla blanca. Cabello castaño. Vestido negro. Calzado negro. Un foco ilumina a la mujer y proyecta su sombra sobre la pantalla blanca. La mujer mira su sombra.
MUJER:
–¿Por qué dices eso?
Yo, que me jacto de tener una sombra que piensa.
Te puedo asegurar que adonde me manden, deberías venir conmigo.
Mientras planeamos eso yo me angustiaba, y tú como si nada.
Te reías, siempre con ese humor negro.
La mujer mira al frente.
Desde chica me pareció que mi sombra podía reír.
Pero Padre me miraba tan… despectivo, cuando yo decía eso…
Y justo cuando había que estar calladita, esta descocada se mandaba su risotada.
Madre me apretaba el brazo creyendo que era yo.
Y yo le decía: –“¡Pero Mami! ¡Es mi sombra, mírala, ¿no te das cuenta?!”
Padre me estaba mirando torcido, con el ceño fruncido.
Ese era el problema.
Los ojos se le hundían en esas cuevas negras que les rodeaban.
Madre no podía evitar que Padre me pegara.
Ella esperaba que Padre se retire, entonces me abrazaba.
La mujer mira su sombra.
Alguna vez, hasta tuve temor de que Padre te pegara a ti.
La mujer mira al frente.
Pasó tiempo hasta que supe que no se trataba de un castigo más.
Simplemente, una cosa era cuando Padre me pegaba y otra muy distinta cuando se acostaba conmigo.
Para mis once años, creo, coincidió que las dos cosas ocurrieron juntas, en un mismo día.
La mujer mira su sombra.
Tú no estabas, recordarás que él siempre lo hacía con la luz apagada.
La mujer mira al frente.
Esa tarde me había asustado mucho. Creí que sangraba por los castigos.
No sabía que me había hecho mujercita.
Padre se enteró más tarde, cuando vino a mi habitación y ¡claro!, al verse todo ahí, de rojo, enfureció y ¡saz!, otra vez el manotazo.
La mujer mira su sombra.
Padre no sólo no nos enseñó a reír; cuando aprendimos la risa nos castigó por ser alegres.
Ni alegres, ni tristes quería vernos.
La mujer mira al frente.
Me daba dinero como quien paga por sexo.
Y me quitaba el resto: niñez, adolescencia…
Hasta que pude entender que debía escapar.
La mujer mira su sombra.
Tú me convenciste que tenía que volver.
Que esto se arreglaba de un solo modo.
Volví, y lo maté.
Y tú me dices esto, justo ahora: que ya no me vas a acompañar.
Que lo tuyo no son las sombras…
¡Pues no vengas!
La mujer mira al frente.
Al fin estoy preparada para aprender a reír sola.
Apagón.
Premio Internacional de Soliloquio Hiperbreve.
Pedro Miguel Rozo Flórez (Colombia).
INSIGHT
ÉL:
(Hablando para sí bajo un efecto de hipnosis.) Es mi cumpleaños número doce. Estoy llorando. Justo antes mi padre me ha enseñado a nadar en el mar. Justo antes salgo de la carpa acomodándome la sudadera que me tapa bien los muslos en ese calor tan fuerte. Justo antes papá ha dicho que hay secretos que uno tiene que guardar. Justo antes lo he visto mientras orinaba en la arena, al lado de una palma. Justo antes papá se limpiaba con su pañuelo. Justo antes me tocaba con su mano pegajosa la cicatriz de mi pierna diciendo bajito qué rico. Justo antes me decía que contara las conchas de almejas que había en el suelo y yo le hacía caso. Pero de reojo alcanzaba a ver su mano empuñada sacudiéndose cada vez más rápido. Una. Dos. Tres. Cuatro… Me gusta llegar al orgasmo. Nunca he cerrado los ojos en ese instante. En vez de eso bajo la mirada. Busco el piso y cuento almejas mentalmente. No es nada del otro mundo. Toda familia tiene sus propias costumbres y yo me adapté a ellas con facilidad. Tampoco voy a llorar por eso. (Llora.) Odio el agua. Nunca aprendí a nadar. Se me entraba por la nariz y me hundía. Quiero reencarnar en piedra, en hierro en cualquier cosa que no flote, en algo tan pesado que nadie pueda alzar para evitar el hundimiento. Si mamá no hubiera tenido brazos tan débiles, ella habría podido enseñarme a flotar. Ella y no él tomándome de la cintura y diciendo “Vas bien” y luego sus manos yendo de la cintura hacia más abajo. Si mamá me hubiera alzado y no él, quizá yo podría comer carne sin sentir culpa, tener una novia y cuarenta puntos más en las pruebas del ICFES, y un título de ingeniero agroindustrial y no este trabajo en el asadero, no este curso de yoga los fines de semana, no esta psicoterapia que parece que va a durar toda la vida y que nunca me voy a costear por mí mismo y que me hace recordar cosas que debieron quedarse encerradas en mi caja de Pandora.
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