jueves, julio 17, 2008

CUENTOS DE LA PRODIGIOSA PROFESIÓN DEL NARRADOR ORAL II.

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES (Cuba/España). Cuentos breves de la Colección: Cuentos del narrador oral escénico, que en total consta de treinta textos, y que ha sido la primera en el mundo en tratar la figura del narrador oral artístico, y la teoría y la técnica de este arte, desde la ficción narrativa. La Colección completa puede encontrarse por medio de comunicorart@gmail.com en el libro CUENTOS PARA LOCOS LÚCIDOS / Doscientos cuentos hiperbreves y breves / Historias divertidas y amorosas para locos imaginativos.

LA VISUALIZACIÓN.

EL JADEO SALVAJE DEL CUENTO.

El narrador oral intentaba penetrar en el cuento tras las huellas del Gran León. Para poder contar esa historia, necesitaba visualizar internamente al león con tal minuciosidad que le olfateara la carne devorada, le palpara los músculos prensados de los flancos, le viera el acero contra la piedra de afilar de los ojos. Visualizarlo en detalle para elegir lo esencial y sugerirlo. Escucharle el rugido de incendiada madera. El narrador, concentrándose, olvidó las huellas y recordó aquella vez que del circo escapó un león enorme como una llamarada. Varios hombres con una red, él entre ellos, apoyándose unos a otros, lo atraparon. Entonces pudo el narrador regresar al cuento, imaginar al Gran León inmenso como aquella montaña de fuego. De pronto el narrador sintió por detrás un jadeo salvaje. Ásperamente cálido. No se volvió. No existía un circo en las proximidades, estaba solo y no tenía una red. Se inmovilizó. Requería tiempo para imaginar, a su espalda, una jaula.

LA SUGERENCIA.

“Sugerir. ¿Será describir?”, se pregunta el aprendiz de narrador oral escénico. “¿Cuál es el secreto? ¿Los matices de brillo que diferencian una perla de otra? Es diáfano entre carbón y diamante. Mas sugerir...” Cuando narre dirá que “el hombre era muy fuerte”. Puede verlo. Palparlo en el cuento. Camina. Respira. Está vivo acá. Pero si lo dice así, tan escueto, tan definitivo, y sigue contando, el público no tendrá suficiente materia prima para imaginar, ni tiempo. Dirá que “el hombre era muy fuerte, porque, siendo alto y sano, había hecho pesas para tener anchas espaldas, piernas resistentes y músculos poderosos”. Pero si lo dice así, tan determinativo, y sigue, el público no podrá crear su propio hombre muy fuerte, sino que, como mucho algunos comenzarán a ver el hombre muy fuerte que él está viendo. Y si dijera que “el hombre era muy fuerte, tanto que hubiera podido de un cabezazo traspasar las montañas”. O que “era un hombre tan fuerte como un elefante enloquecido de sed”. Y si no dijera “fuerte”. Sino que “era un hombre que parecía capaz de detener, con una sola de sus manos, un dragón”. “Un hombre que podía alzar a otros dos como si los pesara en una balanza.” “Un hombre que de un soplo derribaría uno tras otro los robles crecidos en hilera.” Eso resonaba. ¿Qué pasaría? Pero ¿y la concisión? ¿Eran o no concisas esas... sugerencias? Y, sobre todo, ¿qué pasaría cuando comparara al hombre con el dragón, la balanza, el soplo devastador? El aprendiz tomó una decisión. La hizo palabra, voz, gesto. Evocó al hombre muy fuerte y dijo “dragón” y dijo “balanza” y dijo “soplo”. Una multitud de hombres muy fuertes comenzaron a flotar por encima de las cabezas del público, como si numerosas botellas conteniendo genios hubieran sido descorchadas para que brotara el humo moldeable de lo sugerido.

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