martes, octubre 30, 2007

ALEJANDRA PIZARNIK.

por Maria del Mar Lopez-Cabrales

La palabra, los silencios, el bosque, el jardín, los espejos, la lucha con el lenguaje, la infancia, la muerte, el doble y la ‘otra’ Alejandra Pizarnik, son algunos de los espacios y temas que se dan cita en los textos de esta escritora argentina. Una vida y una escritura tan intensas no pueden ser recogidas en tan sólo unas líneas, lo que nos proponemos aquí es dejar hablar a la propia escritora a través de sus entrevistas y textos. Alejandra Pizarnik vivió y murió para escribir, para poder captar toda una existencia en la palabra. Ella misma dijo que le gustaría poder hacer poesía con cada minuto de su vida. Sus padres fueron rusos de ascendencia judía y le transmitieron esta ansia de conocimiento, esta necesidad de búsqueda perpetua, este desasosiego, esta sensación de desarraigo que los emigrantes llevan como sello indeleble de identidad. Otra escritora argentina judía residente en los Estados Unidos, Alicia Borinsky, expone sobre la comunidad de emigrantes judíos en Argentina:

Los judíos que llegaron a Argentina huyendo de las masacres nazis y de los progroms rusos vinieron con las lenguas de sus lugares de origen. Al idish se unía el ruso y el polaco. Y fue en ruso y en polaco que podían evocar, simultáneamente, las experiencias de su juventud y el dolor de la exterminación y la humillación. [...] practicar constantemente una poética de la distancia, saber que no estaban más allá y que el acá era algo irreversiblemente extranjero, se convirtió para ellos en una realidad cotidiana (Borinsky 2000, 411)

En 1936 Alejandra Pizarnik nació en uno de los barrios de la burguesía media situados al sur de Buenos Aires. Desde su infancia fue una niña solitaria y triste, alguien que no cuadraba dentro de los ambientes argentinos y que era calificada de ‘rara’ por quienes la rodeaban. Una niña llena de fobias y terrores que luego se reflejan en su literatura a través de esos diálogos dantescos que tienen la niña y la muñeca negra, dos personajes que se repiten en sus textos.

Sobre sus imágenes del jardín y del bosque, la propia autora dijo en una entrevista: “Una de las frases que más me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de las maravillas: -«Sólo vine a ver el jardín»: Para Alice y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras de Mircea Eliade, «el centro del mundo». Lo cual me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me conduce a otra siguiente de Gastón Bachelard, que espero recordar fielmente: «El jardín del recuerdo-sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero»” (Moia 1972). Con dieciocho años Alejandra Pizarnik entró en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y con diecinueve publicó su primer libro de poesía La tierra más ajena, texto del que más tarde se intentará olvidar pero en el que se dan cita muchos de los lugares comunes de su obra posterior y en el que se puede ya percibir este perpetuo sentimiento de tristeza y melancolía. Este mismo año, en 1955, deja la carrera e ingresa a estudiar pintura con Juan Battle Planas. Paul Klee y Hyeronimus Bosch fueron sus pintores favoritos. Como pintora y poeta posee el concepto de la hoja como un lienzo en blanco donde buscar el silencio y luchar con la palabra. En su entrevista con Moia, Pizarnik dice sobre su afición a la pintura: “Me gusta pintar porque en la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio a las imágenes de las sombras interiores. Además, me atrae la falta de mitomanía del lenguaje de la pintura. Trabajar con las palabras o, más específicamente, buscar mis palabras, implica una tensión que no existe al pintar” (Moia 1972).

Olga Orozco fue una de las más fieles amistades de Alejandra Pizarnik. La necesidad de Pizarnik por tener el apoyo de Orozco era tal que le pedía constantemente que le firmara documentos de certificados de vida que Orozco tenía que ir renovándole poco a poco. En su estancia en París (1960- 1964) conoció a Octavio Paz y entabló gran amistad con Julio Cortázar y su mujer. Debido a que para Pizarnik la escritura y la felicidad iban unidos, en París la autora se sintió más feliz porque podía escribir más libremente y se encontraba más alejada del ambiente opresivo porteño. La sensación de extrañamiento que siente en su propia patria se convierte en desamparo en el exilio y esto la acerca más a la realidad vivida por sus ancestros también nómadas. Al volver a Buenos Aires en 1965 Pizarnik publicó Los trabajos y las noches que recibió elogios y premios y que es un texto compuesto de poemas escritos en París. El desamparo y la alienación que produce la experiencia del exilio son temas de este poemario y, a pesar de que la crítica ha destacado la claridad y el vocabulario esperanzador que no se perciben tanto en el resto de su obra, en Los trabajos y las noches se prefiguran temas de sus últimos años de producción. En este mismo año Pizarnik publicó en la revista Testigo, La condesa sangrienta, uno de sus textos más intensos temáticamente y que tiene mucho en común con otros dos posteriores: Extracción de la piedra de locura (1968), y El infierno musical (1971). Sus últimos años de vida son más claramente angustiosos hasta que la autora termina suicidándose en 1972. En su escritura se hace más patente la imposibilidad de comunicarse con los otros y de expresarse, de encontrar la palabra y la cordura. Entra y sale de hospitales donde tratan de ‘curar’ su enfermedad y no lo consiguen. Pizarnik es una poeta demasiado pura e íntegra para ser curada. Se pasa los días viviendo de noche, no soporta la luz natural, como si el mundo le estuviera haciendo daño, la estuviera consumiendo poco a poco. No quedaba mucho para que Alejandra Pizarnik decidiera terminar con su vida y entrar, por fin, en el jardín porque la vida es insufrible, el verso incomunicable y la palabra indecible. La poesía fue su existencia y a la vez un juego peligroso que quiso jugar. El sufrimiento y la angustia es mucho más patente en los últimos textos de la autora, los cuales han sido publicados póstumamente. Alejandra Pizarnik fue mujer, lesbiana, argentina, judía, parisina de adopción pero sobre todo fue poeta, una poeta demasiado pura para esta vida.

Poco más de un año antes de su muerte, la autora escribió un texto significativo para entender su vida y obra con el que queremos terminar esta aproximación a su obra: Escribir no es más lo mío. Con sólo nombrar alcoholes temibles, yo me embriagaba. Ahora –lo peor es ahora, no el miedo a un desastre futuro sino la de algún modo voluptuosa constatación del presente difuso de presencias desmoronadas y hostiles. Ya no es eficaz para mí el lenguaje que heredé de unos extraños. Tan extranjera, tan sin patria, sin lengua natal. Los que decían: “y era nuestra herencia una red de agujeros” hablaban, al menos, en plural. Yo hablo desde mí, si bien mi herida no dejará de coincidir con la de alguna otra supliciada que algún día me leerá con fervor por haber logrado, yo, decir que no puedo decir nada (8 de agosto de 1971) (Pizarnik 61)

Libros citados Borinsky, Alicia. “La memoria del vacío: Una nota personal en torno a la escritura y las raíces judías” Revista Iberoamericana Vol. LXVI, Núm 191 (2000); 409-412. Pizarnik, Alejandra. Prosa completa. Barcelona: Lumen, 2002. Haydu, Susana, Alejandra Pizarnik. Evolución de un lenguaje poético. www.iacd.oas.org/Interamer/haydu.htm Moia, Martha Isabel. “Algunas claves de Alejandra Pizarnik” en El deseo de la palabra, Barcelona: Ocnos, 1972.

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