Técnica literaria que trata de reproducir los mecanismos del pensamiento en el texto, tales como la asociación de ideas. Algunas de las obras más famosas en las que se utiliza esta técnica son el Ulysses o Portrait of an Artist as a Young Men de James Joyce. Se caracteriza principalmente por la fusión del mundo real y el mundo interior, imaginado por alguno de los protagonistas. Con frecuencia, en este tipo de literatura, resulta complicado de descifrar lo que ocurre. Normalmente, los escritores utilizan largas oraciones que saltan de un pensamiento hacia otro y en algunas ocasiones, evitan utilizar signos de puntuación para no romper la asociación de ideas y reproducir el tempo real de la psique humana. En su forma más extrema se denomina flujo o corriente de conciencia.
Antonomasia.
Sinécdoque que consiste en sustituir el nombre propio por el apelativo o viceversa: “un Nerón” por ‘un déspota’. Familiarmente, que reúne las características esenciales del grupo al que pertenece. Por ej. “El judaísmo es la religión monoteísta por antonomasia”.
Narración simbólica o alegoría en forma narrativa, como las que utilizó Jesucristo para predicar y aparecen recogidas en los evangelios. Si contiene sentido moral o parenético se denomina apólogo, mientras que se reserva la denominación parábola en el siglo XX a los relatos simbólicos que no tienen sentido o tienen sentido filosófico o existencial, como las parábolas de Franz Kafka:
LA PARTIDA.
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo, y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta, y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada y nada escuchó. En el portal me detuvo y preguntó: “¿A dónde va el patrón?” “No lo sé”, le dije, “simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta”. “¿Así que usted conoce su meta?”, preguntó. “Sí”, repliqué, “te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta”.
Los antiguos griegos y romanos utilizaban los apólogos, especialmente las fábulas o cuentos de animales, para inculcar en sus hijos la ética pragmática del paganismo, cuyo valor fundamental era la imposibilidad de que los hombres cambien, doctrina fatalista que fue contaminada más tarde por el influjo de las diatribas de los cínicos y estoicos. El cristianismo subvertió esa creencia y convirtió la moralidad del apólogo en una doctrina menos cruel y abierta a la evolución y el cambio. En el siglo XX, la parábola regresa a sus fines fatalistas e intenta desvelar la condición existencial del hombre moderno.
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