miércoles, octubre 25, 2006

Sobre los nombres.

"¿Qué poder tienen para nosotros los nombres?".

-Quien sabe los nombres sabe las cosas". Platón- Cratilo.

"Las palabras no viven fuera de nosotros. Nosotros somos su mundo y ellas el nuestro". Octavio Paz - El arco y la lira

Por la palabra, el hombre sustituyó la confusión universal por signos. Al nombrar la realidad, las palabras pasaron a formar, ellas mismas, parte de la realidad. Nada, ninguna cosa hay que sea independiente de la mirada que la percibe y de la palabra que la nombra. “Yo soy el único espectador de esta calle; / si dejase de verla se moriría”, ha escrito Borges.

"El pecado original -dijo Walter Benjamín- es el acto del nacimiento de la palabra humana".

El pecado original fue la ruptura con una feliz ignorancia primera del hombre, muy cercana a la condición animal. Esta idea me recuerda muchísimo a lo que dice Cioran en su libro La caída en el tiempo: el inicio de la condición humana fue la ruptura con Dios, el fin de la permanencia en el Paraíso.

El del Edén fue el tiempo de la felicidad del hombre apoyada en una absoluta cercanía con lo natural. La aparición de la inteligencia y sus signos esenciales: ambición, desobediencia, curiosidad, desafío, señaló la diferencia entre hombres y animales, diferencia que tuvo como principio la aparición de las palabras.

Ellas fueron el primer signo de la lejanía entre el hombre y la naturaleza, la forma intermediadora entre uno y otra.

El ser humano ya no podría vivir feliz e ignorante como los animales porque entre el mundo y él se interponía la palabra.

Sólo al comenzar a hablar los hombres se hicieron humanos.

Las palabras, cercanas, próximas a nuestra intimidad y experiencia, son o pueden ser más reales que las personas o las cosas. Las palabras forman parte de nuestra corporeidad. Dibujan nuestro mundo interior hecho de espacios y tiempos únicos. Ellas construyen nuestro lugar y nos convierten en eso que, genuinamente, somos. Fuera de las palabras que nos conforman y describen, es la incertidumbre, la suposición y el acertijo.

Mi admiración por las palabras no me oculta una certeza: muchas veces ellas se revelan completamente inútiles o insuficientes, superfluas o innecesarias. Ciertos instantes de la realidad parecieran estar colocados por encima de ellas; llegando, incluso, a anularlas, desdibujarlas u ocultarlas. Las palabras se disipan en medio de las circunstancias que no las favorecen. De la vieja percepción de un poder mágico asociado a las palabras, los humanos hemos llegado a la concepción de la palabra como origen del mundo, forma de lo que normalmente llamamos “Creación”; génesis de un universo humanizado.

En ese sentido, aceptamos que, efectivamente, las palabras dan vida, hacen nacer las cosas. El ser humano de hoy se acerca, así, a ese otro del más remoto ayer que comenzó a hablar y que, gracias a sus palabras, logró comunicarse con la infinita totalidad que lo rodeaba, trayéndola hacia su experiencia y su comprensión humanas

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