viernes, junio 29, 2007

En tiempos de la Copa América - Venezuela 2007.

La Copa América de fútbol es el campeonato de selecciones masculinas nacionales de ese deporte más importante del continente americano, organizado por la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL).

Este torneo se remonta a 1916 cuando fue realizada su I edición, en Argentina, y en el cual participaron cuatro selecciones. Posteriormente, el evento continuó siendo realizado bajo el nombre de Campeonato Sudamericano de Naciones (adquiriendo el actual en 1975). Este torneo, que tras la abolición del British Home Championship en 1984 se convirtió en el más antiguo del mundo, careció de regulación, siendo celebrado anualmente en un comienzo pero después fue celebrado intermitentemente. Recién en 1986, la CONMEBOL decidiría establecer un torneo de asistencia obligatoria para sus diez federaciones miembro, realizado en una sede fija. Este sistema se utilizó a partir de la Copa América 1987 en Argentina, siendo la sede del torneo rotada entre los diez miembros de la CONMEBOL, finalizando en Venezuela con la Copa América 2007.

Desde 1993, el torneo cuenta con 12 selecciones participantes. Diez corresponden a las federaciones asociadas a la CONMEBOL: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. A ellas se suman dos selecciones invitadas, preferentemente de la CONCACAF, la confederación del norte, Centroamérica y del Caribe de Futbol.

Fútbol o futbol.

1. ‘Deporte de equipo que se juega con un balón que no puede tocarse con la mano ni los brazos’. La voz inglesa football se ha adaptado al español con dos acentuaciones, ambas válidas. La forma fútbol, que conserva la acentuación llana etimológica, es la de uso mayoritario en España y en la mayor parte de América. En México y el área centroamericana se usa la aguda futbol [futból].

Deben evitarse pronunciaciones vulgares como [fúlbol] o [fúrbol]. Tampoco es propia del habla culta la forma fóbal.

2. Existe también el calco balompié, que no ha gozado de mucha aceptación entre los hablantes y suele emplearse casi siempre por razones estilísticas, para evitar repeticiones en el discurso: «En dos décadas de fútbol, [...] consiguió lo que ningún otro jugador logró en el balompié nacional» (Hoy [Chile] 19-25.1.83).

América.

1. Debe evitarse la identificación del nombre de este continente con los Estados Unidos de América uso abusivo que se da sobre todo en España.

2. No existe razón alguna para censurar el plural las Américas, que tiene larga tradición en español y resulta una denominación expresiva válida, alusiva a las distintas áreas o subcontinentes (América del Norte, Centroamérica y América del Sur): «La iglesia de San Pedro Claver, el primer santo de las Américas» (GaMárquez Vivir [Col. 2002]). Este plural expresivo está también presente en la locución hacer las Américas, usada en España con el sentido de ‘hacer fortuna en América’.

Árbitro -tra.

1. ‘Persona encargada de decidir y solucionar un conflicto entre distintas partes’ y ‘profesional que vela por el cumplimiento del reglamento en un encuentro deportivo’. El femenino es árbitra: «Creo que las mujeres [...] no deben ser árbitras de la NBA» (País [Esp.] 1.11.97).

No debe emplearse la forma masculina para referirse a una mujer: la árbitro.

2. Con los sustantivos referidos a seres sexuados que han comenzado a usarse en femenino en los últimos años, no funciona ya, de manera espontánea, la norma que tradicionalmente asigna a los sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica la forma el del artículo. Así, la mayoría de los hablantes dicen la árbitra, marcando el género de forma regular en el artículo, a la vez que queda explícito este en la terminación femenina del sustantivo: «Pitó sin dudar la árbitra principal» (Universal@ [Ven.] 22.12.97). Lo mismo ocurre con el indefinido, que suele usarse en la forma plena una: «Es la primera vez que una árbitra panameña participa en una olimpiada» (Prensa@ [Pan.] 14.9.00).

Penal.

1. En la mayor parte de América, en algunos deportes como el fútbol, ‘máxima sanción que se aplica a ciertas faltas cometidas por un jugador en el área de su equipo’: «El árbitro [...] sancionó un penal a favor del local» (Tiempo [Col.] 19.5.97). Se pronuncia mayoritariamente [penál], con acentuación aguda, por lo que debe evitarse la forma llana pénal. El plural es penales.

2. En España se usa únicamente el término penalti [penálti] (adaptación gráfica del inglés penalty), que también se emplea ocasionalmente en América: «Amonestó a Espinosa por protestar el penalti» (País [Esp.] 2.5.80); «El Táchira empató [...] mediante un penalti» (Tiempo [Col.] 4.9.97). El plural es penaltis.

Debe evitarse, por minoritaria, la forma esdrújula pénalti. No debe usarse en español la grafía inglesa penalty ni su plural penalties; tampoco el plural híbrido penaltys.

3. Como variante estilística se usa en todo el ámbito hispánico la expresión pena máxima: «La pena máxima la ejecutó Leiva y, de esta manera, llegó el único tanto del partido» (NProvincia [Arg.] 21.7.97).

martes, junio 26, 2007

RELACIÓN ENTRE SEMIÓTICA Y COMUNICACIÓN.

Todo acto de comunicación puede describirse como un par constituído por un signo producido por un emisor, interpretado luego por un receptor. Su estudio combinará producción e interpretación de un mismo signo.
Queda claro que para avanzar en el conocimiento de los signos es conveniente considerar aquello para lo que sirven cuando son más o menos intencionales, es decir para comunicar. Algo pasa de la mente del productor a la del intérprete. Más formalmente, puede considerarse que en todo fenómeno semiótico hay un traspaso a través de un signo, de una cierta forma de relaciones que está en la mente de un productor hacia la mente de un intérprete. Esta forma de relaciones no habría más que transitar por el signo, que se transforma, según los términos de Peirce, en "un medium para la comunicación de una forma (o figura)" (el caso de los signos naturales, que no tienen productor humano, debe estudiarse aparte).
Es de destacar que en el acto de comunicación definido como un par (signo producido-signo interpretado), el productor tanto como el intérprete hacen referencia a la misma relación de naturaleza institucional que liga al signo con su objeto.
El productor lo utiliza como "ya-instalado" (un "comens" dice Peirce; es decir un "ser común") que le permite elegir una cosa (el signo) y presentarla como el sustituto de otra cosa ausente (el objeto del signo), con la garantía (en el interior de su comunidad) de que un intérprete eventual que comparta su cultura tendrá la posibilidad de poner en funcionamiento la relación empleada en el otro sentido (dualidad), como lo muestra el esquema :

Vemos cómo se logra la comunicación cuando el objeto del productor y el objeto del intérprete coinciden (O = O`).

En consecuencia es la señal, en la que la intención de comunicar está claramente expresada, la que será objeto de la semiología. De hecho esta concepción, a la vez muy restrictiva en cuanto al campo y muy vaga en cuanto a sus límites (¿cómo apreciar objetivamente una intención?), merecería más bien el nombre de "signalética", más aún, puede decirse que corresponde a la parte institucionalizada de la semiótica, la de los sistemas de signos explícitos y unívocos: código de la ruta, banderas, escudos, etc.

Los representantes de esta corriente son esencialmente E. Buyssens, G. Mounin y L. Prieto. Puede considerarse que, prácticamente, la misma ha desaparecido, habiendo agotado la descripción de los escasos sistemas de signos totalmente explicables (en cuanto unívocamente ligados a sus objetos) por las funciones que cumplen en la sociedad y para la que expresamente se construyen.

Aunque Jeanne Martinet (1973) diga la intención de comunicar no es un criterio observable en el comportamiento de un emisor, puesto que no se trata de otra cosa que de la decisión de su voluntad tampoco es cuestión de invocar el inconsciente, los actos fallidos, los lapsus, etc. para ver hasta qué punto semejante concepción sólo puede generar inútiles y ociosas polémicas que no podrían desembocar en una acción científica.

En términos fenomenológicos, nos preocupamos, sobre todo, de lo que se produce en la mente de un intérprete cualquiera cuando percibe algo, siendo otra cosa aquello que tiene presente en su mente respecto de ese algo. Encontramos aquí la problemática del objeto de la semiótica.

Esta pregunta exige una toma de posición unívoca sobre las acepciones en las que se toman términos como sentido y "significación" y también sobre el hecho de emplearlas en singular o en plural. En efecto, ¿debe hablarse de semiología de la significación o de semiología de las significaciones?. En el primer caso se postula la existencia de una significación única y normativa que se trataría de reencontrar en cada acto singular de interpretación y que permitiría invalidar todas las interpretaciones "desviantes".

En el segundo caso, las significaciones se constatan, constituyen el producto de actores sociales particulares y no se remiten a una significación única sino en la relación de lo individual a lo colectivo, de lo psicológico a lo social.

Esta significación toma entonces valor de institución social, es decir de un estado precario, contingente e históricamente datado. Las significaciones particulares observadas son los momentos, en el sentido filosófico, de una dinámica social. Ya no se trata de un desvío, que es una categoría complementaria de la norma, sino de una articulación a captar.

A nuestro entender, el peligro está entonces en hacer de la semiología una ciencia normativa que prescribe las significaciones en lugar de describirlas.

lunes, junio 25, 2007

EL TEATRO Y LA CULTURA.

Por: Antonin Artaud.*
Nunca, ahora que la vida misma sucumbe, se ha hablado tanto de civilización y cultura. Y hay un raro paralelismo entre el hundimiento generalizado de la vida, base de la desmoralización actual, y la preocupación por una cultura que nunca coincidió con la vida, y que en verdad la tiraniza.
Antes de seguir hablando de cultura señalo que el mundo tiene hambre, y no se preocupa por la cultura; y que sólo artificialmente pueden orientarse hacia la cultura pensamientos vueltos nada mas que hacia el hambre.
Defender una cultura, que jamás salvó a un hombre de la preocupación de vivir mejor y no tener hambre no me parece tan urgente como extraer de la llamada cultura ideas de una fuerza viviente idéntica a la del hambre.
Tenemos sobre todo necesidad de vivir y de creer en lo que nos hace vivir, y que algo nos hace vivir; y lo que brotase nuestro oprobio interior misterioso no debe aparecérsenos siempre como preocupación groseramente digestiva. Quiero decir que si a todos nos importa comer inmediatamente, mucho más nos importa no malgastar en la sola preocupación de comer inmediatamente nuestra simple fuerza de tener hambre.
Si la confusión es el signo de los tiempos, yo veo en la base de esa confusión una ruptura entre las cosas y las palabras, ideas y signos que las representan. No faltan ciertamente faltan ciertamente sistemas de pensamiento; su número y sus contradicciones caracterizan nuestra vieja cultura europea y francesa; pero donde, pero, ¿dónde se advierte que la vida, nuestra vida, haya sido alguna vez afectada por tales sistemas? No diré que los sistemas filosóficos deban ser de aplicación directa e inmediata; pero una de dos: o esos sistemas están en nosotros y nos impregnan de tal modo que vivimos de ellos y ¿qué importan entonces los libros?, o no nos representan y entonces no son capaces de hacernos vivir, y en ese caso ¿qué importa que desaparezcan?.
Hay que insistir en esta idea de la cultura en acción y que llega a ser en nosotros como un nuevo órgano, una especie de segundo aliento; y la civilización es la cultura aplicada que rige nuestros actos más sutiles, es espíritu presente en las cosas, y sólo artificialmente podemos separar la civilización de la cultura y emplear dos palabras para designar una única e idéntica acción.
Juzgamos a un civilizado por su conducta, y por lo que él piensa de su propia conducta; pero ya en la palabra civilizado hay confusión; un civilizado culto es para todos un hombre que conoce sistemas, y que piensa por medio de sistemas, de formas, de signos, de representaciones. Es un monstruo que en vez de identificar actos con pensamientos ha desarrollado hasta lo absurdo esa facultad nuestra de inferir pensamientos de actos.
Si nuestra vida carece de azufre, es decir de una magia constante, es porque preferimos contemplar nuestros propios actos y perdemos en consideraciones acerca de las formas imaginadas de esos actos, y no que ellos nos impulsen.
Y esta facultad es exclusivamente humana. Hasta diré que esta infección de lo humano contamina ideas que debían haber subsistido como ideas divinas; pues lejos de creer que el hombre ha inventado lo sobrenatural, lo divino, pienso que la intervención milenario del hombre ha concluido por corromper lo divino.
Todas nuestras ideas acerca de la vida deben reformarse en una época en que nada adhiere ya a la vida. Y de esta penosa escisión nace la venganza de las cosas; la poesía que no se encuentra ya en nosotros y que no logramos descubrir otra vez en las cosas resurge, de improviso, por el lado malo de las cosas: nunca se habrán visto tantos crímenes, cuya extravagancia gratuita se explica sólo por nuestra impotencia para poseer la vida. Si el teatro ha sido creado para permitir que nuestras represiones cobren vida, esa especie de atroz poesía expresada en actos extraños que alteran los hechos de la vida demuestra que la intensidad de la vida sigue intacta, y que bastaría con dirigirla mejor. Pero por mucho que necesitemos de la magia, en el fondo tememos a una vida que pudiera desarrollarse por entero bajo el signo de la verdadera magia.
Así, nuestra arraigada falta de cultura se asombra de ciertas grandiosas anomalías; por ejemplo, que en una isla sin ningún contacto con la civilización actual el simple paso de un navío que sólo lleva gente sana provoque la aparición de enfermedades desconocidas en ella, y que son especialidad de nuestros países: zona, influenza, gripe, reumatismo, sinusitis, poli neuritis, etc. Y asimismo, si creemos que los negros huelen mal, ignoramos que para todo cuanto no sea Europa somos nosotros, los blancos, quienes olemos mal y hasta diré que tenemos un olor blanco, así como puede hablarse de un "mal blanco".
Cabe afirmar que, como el hierro enrojecido al blanco, todo lo excesivo es blanco; y para un asiático el color blanco ha llegado a ser la señal de la más extrema descomposición. Dicho esto, podemos esbozar una idea de la cultura, una idea que es ante todo una protesta. Protesta contra la limitación insensata que se impone a la idea de la cultura, al reducirla a una especie de inconcebible panteón; lo que motiva una idolatría de la cultura, parecida a la de esas religiones que meten a sus dioses en un panteón. Protesta contra la idea de una cultura separada de la vida, como si la cultura se diera Por un lado y la vida por otro; y como si la verdadera cultura no fuera un medio refinado de comprender y ejercer la vida.
Pueden quemar la biblioteca de Alejandría. Por encima y fuera de los papiros hay fuerzas; nos quitarán por algún tiempo la facultad de encontrar otra vez esas fuerzas, pero no suprimirán su energía. Y conviene que las facilidades demasiado grandes desaparezcan y que las formas caigan en el olvido; la cultura sin espacio ni tiempo, limitada sólo por nuestra capacidad nerviosa, reaparecerá con energía acrecentada. Y está bien que de tanto en tanto se produzcan cataclismos que nos inciten a volver a la naturaleza, es decir, a reencontrar la vida.
Las múltiples vueltas de la Serpiente de Quetzalcoatl son armoniosas porque expresan el equilibrio y las fluctuaciones de una fuerza dormida; y la intensidad de las formas sólo se da allí para seducir y cantar una fuerza que provoca, en música, un acorde desgarrador.
Los dioses que duermen en los museos; el dios del Fuego con su incensario que se parece a un trípode de la inquisición; Tlaloc, uno de los múltiples dioses de las Aguas, en la muralla de granito verde; la Diosa Madre de las Aguas, la Diosa Madre de las Flores; la expresión inmutable y sonora de la Diosa con ropas de jade verde, bajo la cobertura de varias capas de agua; la expresión enajenada y bienaventurada, el rostro crepitante de aromas, con átomos solares que giran alrededor, de la Diosa Madre de las Flores; esa especie de servidumbre obligada de un mundo donde la piedra se anima porque ha sido golpeada de modo adecuado, el mundo de los hombres orgánicamente civilizados, es decir con órganos vitales que salen también de su reposo, ese mundo humano nos penetra, participa en la danza de los dioses, sin mirar hacia atrás y sin volverse, pues podría transformarse, como nosotros, en estériles estatuas de sal.
Cuando todo nos impulsa a dormir, y miramos con ojos fijos y conscientes, es difícil despertar y mirar como en sueños, con ojos que no saben ya para qué sirven, con una mirada que se ha vuelto hacia adentro. Así se abre paso la extraña idea de una acción desinteresada, y más violenta aún porque bordea la tentación del reposo.
Toda efigie verdadera tiene su sombra que la dobla; y el arte decae a partir del momento en que el escultor cree liberar una especie de sombra, cuya existencia destruirá su propio reposo. Al igual que toda cultura mágica expresada por jeroglíficos apropiados, el verdadero teatro tiene también sus sombras; y entre todos los lenguajes y todas las artes es el único cuyas sombras han roto sus propias limitaciones. Y desde el principio pudo decirse que esas sombras no toleraban ninguna limitación.
Nuestra idea petrificada de arte se suma a nuestra idea petrificada de una cultura sin sombras, y donde, no importa a qué lado se vuelva, nuestro espíritu no encuentra sino vacío, cuando en cambio el espacio está lleno.
Pero el teatro verdadero, ya que se mueve y utiliza instrumentos vivientes, continúa agitando sombras en las que siempre ha tropezado la vida. El actor que no repite dos veces el mismo gesto, pero que gesticula, se mueve, y por cierto maltrata las formas, detrás de esas formas y por su destrucción recobra aquello que sobrevive a las formas y las continúa.
El teatro que no está en nada, pero que se vale de todos los lenguajes: gestos, sonidos, palabras, fuego, gritos, vuelve a encontrar su camino precisamente en el punto en que el espíritu, para manifestarse, siente necesidad de un lenguaje.
Y la fijación del teatro en un lenguaje: palabras escritas, música, luces, ruidos, indica su ruina a breve plazo, pues la elección de un lenguaje revela cierto gusto por los efectos especiales de ese lenguaje; y el desecamiento del lenguaje acompaña a su desecación.
El problema, tanto para el teatro como para la cultura, sigue siendo el de sombras; y el teatro, que no se afirma en el lenguaje ni en las formas, destruye así las sombras falsas, pero prepara el camino a otro nacimiento de sombras, y a su alrededor se congrega el verdadero espectáculo de la vida.
Destruir el lenguaje para alcanzar la vida es crear o recrear el teatro. Lo importante no es suponer que este acto deba ser siempre sagrado, es decir reservado; lo importante es creer que no cualquiera puede hacerlo, y que una preparación es necesaria. Esto conduce a rechazar las limitaciones habituales del hombre y de los poderes del hombre, y a extender infinitamente las fronteras de la llamada realidad.
Ha de creerse en un sentido de la vida renovado por el teatro, y donde el hombre se adueñe impávidamente de lo que aún no existe, y lo haga nacer. Y todo cuanto no ha nacido puede nacer aún si nos contentamos como hasta ahora con ser meros instrumentos de registro.
Por otra parte, cuando pronunciamos la palabra vida, debe entenderse que no hablamos de vida tal como se nos revela en la superficie de los hechos, sino de esa especie de centro frágil inquieto que las formas no alcanzan. Si hay aún algo infernal y verdaderamente maldito en nuestro tiempo es esa complacencia artística con que nos detenemos en las formas, en vez de ser como hombres condenados al suplicio del fuego, que hacen señas sobre sus hogueras.
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*Antonin Artaud (1896-1948), poeta, dramaturgo y actor francés, cuyas teorías y trabajos influyeron en el desarrollo del teatro experimental.

domingo, junio 24, 2007

ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA:

Junio.
Sexto mes del año, es uno de los cuatro con treinta días. Su nombre es un homenaje a la diosa romana Juno, Hera para los griegos. Entre los romanos, Juno era la diosa de la maternidad, protectora de las mujeres y del Estado, esposa de Júpiter y reina del Olimpo. Llamada Juno Moneta (en latín 'la que avisa') dio origen con este apodo a la palabra moneda.
Moneda. Pieza de metal, generalmente en forma de disco y acuñada con los distintivos elegidos por la autoridad emisora para acreditar su legitimidad y valor, y, por extensión, billete o papel de curso legal.
El término proviene del nombre del lugar donde se acuñaba moneda en Roma: en una casa situada al lado del templo de la diosa Juno Moneta, bajo cuya protección estaba.
El sobrenombre Moneta fue atribuido a la diosa por el escritor latino Livio Andrónico después de que los gansos que vivían alrededor del templo, en el monte Capitolio, advirtieran con sus graznidos a los romanos de un ataque de los galos. Avisar, en latín, es monere (de donde provienen ‘admonición’ y ‘monitor’) y la diosa, a la que se atribuyó el aviso de los gansos, fue llamada desde entonces Juno Moneta. Como su templo estaba al lado del lugar donde se fundían los denarios (de ahí dinero), las monedas tomaron ese nombre.
Toronja. Fruta cítrica europea semejante al pomelo* americano. El Diccionario de la Real Academia menciona que en el Uruguay se usa también para referirse en forma jocosa o irónica a una nariz grande o torcida.
El nombre de la fruta, usado en español por lo menos desde 1335, proviene de la voz árabe peninsular turunga, y ésta del árabe clásico turungah que, a su vez, procede del persa torang, originada por su parte en el sánscrito matulunga.
Pomelo. Es el nombre que ha adquirido en el siglo pasado en algunos países americanos la toronja*, una fruta cítrica conocida desde muy antiguo y cuyo nombre proviene del sánscrito.
Pomelo tiene una historia curiosa: llegó al español procedente del inglés pommelo, y ésta del neerlandés pompelmoes, del mismo significado, formada por la contracción del neerlandés pompel (grande) y limoes, del portugués ‘limones’.
Pompa.
Es el acompañamiento numeroso y solemne, con gran aparatosidad, que se hace en una función de regocijo o fúnebre.
Entre los romanos, pompa podía referirse tanto a los cortejos fúnebres como a los desfiles, séquitos o comitivas. En estos últimos casos, tenía una connotación de ostentación, que se conserva en su significado del español moderno.
La palabra se derivaba del griego pompé, que podía significar ‘escolta’ o ‘procesión’, como también ‘primer envío’ (esta acepción proviene del verbo pempéin, ‘enviar, escoltar’).
Su uso en castellano lo documentó por primera vez Alfonso Martínez de Toledo en Arcipreste de Talavera, y Corbacho, en 1438.
En los siglos xv y xvi fue una palabra muy usada, frecuentemente con el sentido de soberbio, y como tal apareció en el Quijote y, sobre todo, en Pedro Calderón de la Barca, que la empleaba con mucha frecuencia, como en este trecho de La vida es sueño.
Miradme otra vez sujeto a mi fortuna; y pues sé que toda esta vida es sueño, idos, sombras que fingís hoy a mis sentidos muertos cuerpo y voz, siendo verdad que ni tenéis voz ni cuerpo; que no quiero majestades fingidas, pompas no quiero.
La acepción usada en pompa de jabón corresponde a otra palabra homónima de diferente origen.
Quiosco.
En los jardines turcos, desde algunos años después de la toma de Constantinopla (1453), se hizo común la instalación de glorietas o incluso de pequeñas casitas de recreo que llamaron en turco kyösk o kusk, un nombre tomado del persa.
Estos pabellones de jardín fueron adoptados en el siglo xix por el rey Estanislao de Polonia y pronto se extendieron por Europa, tomando en Italia el nombre de chiosco; en Inglaterra, se conoció como kiosk; y en Francia, recibió el de quiosque, palabra que fue recogida en nuestra lengua como quiosco o kiosco. Kiosk aparece en inglés ya desde 1625, y en francés, desde 1654, pero sólo fue registrada en el Diccionario de la Academia en 1884.

Melodía.
Es una sucesión coordinada de notas con tono y duración específicos, enlazadas en el tiempo para producir una expresión musical coherente. La melodía es junto con el ritmo el aspecto ‘horizontal’ de la música que avanza en el tiempo, mientras que la armonía es el aspecto ‘vertical’, el sonido simultáneo de tonos distintos.
La palabra llegó al castellano proveniente del bajo latín melodia, que a su vez proviene del griego meloidia (canto, canto coral), formada por melos (canción, tonada, música, miembro de una tonada) y el griego oidía (canto), de aeídein (cantar).

jueves, junio 21, 2007

LA SEMIÓTICA.

PRIMERA PARTE. CONCEPTOS.
La semiótica o semiología es la ciencia que trata de los sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas.
Ferdinand de Saussure fue el primero que hablo de la semiología y la define como: "Una ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social"; añade inmediatamente: "Ella nos enseñará el qué con los signos y cuáles son las leyes que lo gobiernan...".
El americano Peirce (considerado el creador de la semiótica) concibe igualmente una teoría general de los signos que llama semiótica. Ambos nombres basados en el griego "Semenion" (significa signo) se emplean hoy como prácticamente sinónimos.
En la semiótica se dan corrientes muy diversas y a veces muy dispares por lo que más que una ciencia puede considerarse un conjunto de aportaciones por la ausencia del signo y el análisis del funcionamiento de códigos completos.
De la semiótica se han ocupad,o entre otros; Prieto, Barthes, Umberto Eco. A estos últimos se debe la aplicación del concepto de signos a todos los hechos significativos de la sociedad humana.
Ej.: La moda, las costumbres, los espectáculos, los ritos y ceremonias, los objetos de uso cotidiano, entre otros.
El concepto de signo y sus implicaciones filosóficas, la naturaleza y clases de signos, el análisis de códigos completos, son objetos de estudio de la semiótica o semiología.
Hoy la investigación llamada la semiología, por quienes prefieren lo europeo o semiótica, por quienes prefieren lo americano, se centra en el estudio de la naturaleza de los sistemas autónomos de comunicación, y en el lugar de la misma semiología ocupa en el saber humano.
Saussure insiste en que la lingüística es una parte de la semiología, ya que esta abarca también el estudio de los sistemas de signos no lingüísticos. Se cae a menudo en el error de considerar equivalentes lenguaje y semiología, y nada más alejado de la realidad; el lenguaje es semiología, pero no toda la semiología es lenguaje.
Si Saussure opina esto, ahora bien según Barthes no es en absoluto cierto que en la vida social de nuestro tiempo existan, fuera del lenguaje humano, sistemas de signos de cierta amplitud.
Objetos, imágenes, comportamientos, pueden en efecto significar pero nunca de un modo autónomo. Todo sistema semiológico tiene que ver con el lenguaje. Parece cada vez más difícil concebir un sistema de imágenes u objetos cuyos significados puedan existir fuera del lenguaje: Para percibir lo que una sustancia significa necesariamente hay que recurrir al trabajo de articulación llevado a cabo por la lengua. Así el semiólogo, aunque en un principio trabaje sobre sustancias no lingüísticas, encontrará antes o después el lenguaje en su camino. No sólo a guisa de modelo sino también a título de componente de elemento mediador o de significado.
Hay pues que admitir la posibilidad de invertir la afirmación de Saussure: La lingüística no es una parte, aunque sea privilegiada, de la semiología, sino, por el contrario, la semiología es una parte de la lingüística.
Otras Definiciones. Y Conceptos.
Es difícil dar una definición unánime de lo que es la semiótica. Sin embargo puede haber acuerdo acerca de "doctrina de los signos" o "teoría de los signos".
Esta definición presenta el inconveniente de transferir al término "signo" la mayor parte de los interrogantes. Además observamos que los problemas ligados a la definición implican la definición misma, hecho que marca fehacientemente las dificultades de la empresa al tiempo que subraya su interés.
Esta interrogante remite inevitablemente al objeto de la semiótica, en consecuencia, a la unificación de las problemáticas de la significación y, correlativamente, a la constitución de una comunidad científica capaz de instituir y de garantizar la validez de estas problemáticas.
Esto muestra que el acceso a la semiótica es, en principio, complejo pues se sitúa necesariamente en la interfaz de un gran número de campos del saber (filosofía, fenomenología, psicología, etnología, antropología, sociología, epistemología, lingüística, teorías de la percepción, neurociencias,...).
La tarea histórica de la semiótica podría ser la de hacer cooperar esos saberes, institucionalmente separados, para producir un saber nuevo, un saber, en cierto modo, de segundo grado. Encontraremos pues tantas doctrinas de los signos como conceptualizaciones de esta cooperación de saberes; dicho de otra manera, las doctrinas difieren según el contenido primitivo atribuido al término "signo". Sin embargo, en su acepción corriente, este término es lo suficientemente preciso como para que podamos contentarnos con las expresiones "doctrina de los signos" o "teoría de los signos", en virtud de la mayor o menor pretensión de formalización científica ostentada por las diferentes corrientes que se registrarán más adelante.
Tendremos que tomar en cuenta también el amplio lugar ocupado por el signo lingüístico, tanto en la ocupación del campo como en una perspectiva histórica, puesto que para algunos la semiótica se confunde con la semio-lingüística, inclusive con una filosofía del lenguaje.
Continuará...

DUDAS: Estado

Estado.

1. Se escribe con inicial mayúscula cuando significa ‘conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano’: «La cooperación entre diversos órganos del Estado» (Siglo [Pan.] 10.4.97); también cuando se refiere a la unidad política que constituye un país, o a su territorio: «El derecho internacional no hace diferencia en cuanto al tamaño o la ubicación geopolítica de los Estados» (Ortega Paz [Nic. 1988]).

Forma parte de numerosas expresiones y locuciones: jefe del Estado, secretario de Estado, golpe de Estado, razón de Estado, Estado de derecho, etc. 2. Se escribe con minúscula en el resto de sus acepciones, incluida la que se refiere a la porción del territorio de un Estado cuyos habitantes se rigen, en algunos asuntos, por leyes propias (como ocurre con las demás entidades territoriales: comunidad autónoma, departamento, provincia, región, etc., que se escriben con inicial minúscula): «En el estado de Oaxaca hubo elecciones extraordinarias» (Excélsior [Méx.] 27.5.96).

CONSULTA AQUÍ:

DICCIONARIO REAL ACADEMIA

lunes, junio 18, 2007

Hablan sobre la escritura:

"Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos". Jorge Luis Borges.
"Todo novelista quiere escribir poesía, descubre que no puede y a continuación intenta el cuento, y al volver a fracasar, y sólo entonces, se pone a escribir novelas". William Faulkner.
"Si aceptáramos la aseveración de Ernesto Sábato que dice "la prosa es lo diurno y la poesía la noche: se alimenta de nuestros símbolos, es el lenguaje de las tinieblas y de los abismos", si estuviéramos de acuerdo con esta definición, entonces tendríamos que situar el cuento en el preciso centro del atardecer, con toda su belleza efímera y vacilante, pero con toda rotundidad de conclusiones luminosas, atmosféricas y sentimentales". Joan Rendé.
"No empieces a escribir sin saber ya desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas". Horacio Quiroga.
"El cuento, podríamos decir, admite ser contado con otras palabras de las que se han empleado para contarlo (por ejemplo oralmente) o, dicho de otro modo, en él prevalece o sobresale la historia, a la que, siempre según Isak Dinesen, el cuentista debe ser "eterna e inquebrantablemente leal". Javier Marías.
"Los cuentos no toleran elementos accesorios. Todos los materiales del cuento tienen una función principal: de ahí la difícil concisión a que obligan, que no está sólo en el empleo de las palabras, sino, sobre todo, en la previa selección de los motivos". José María Merino.
"Innumerables son los relatos del mundo". Roland Barthes"Es realmente imposible quedarse sin ideas, ya que éstas se encuentran en todas partes. El mundo está lleno de ideas germinales". Patricia Highsmith.
"Lo que más me importa en este mundo es el proceso de creación. ¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de jambra, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?" Gabriel García Márquez.

DUDAS FRECUENTES:

Área. ¿Masculina o femenina?

Es voz femenina.

‘Espacio comprendido entre ciertos límites’. «Los temas abarcan todas las áreas» (País [Esp.] 9.1.97).

Al comenzar por /a/ tónica, exige el uso de la forma el del artículo si entre ambos elementos no se interpone otra palabra, pero los adjetivos deben ir en forma femenina: «Se inicia un movimiento general para ocupar toda el área escénica» (Paz Paraíso [Cuba 1976]).

En cuanto al indefinido, aunque no se considera incorrecto el uso de la forma plena una, hoy es mayoritario y preferible el uso de la forma apocopada un «Una mujer recostada en un área iluminada» (Fuentes Ceremonias [Méx. 1989]).

Lo mismo ocurre con los indefinidos alguno y ninguno: algún área, ningún área. El resto de los adjetivos determinativos debe ir en femenino: esa área, toda el área, etc.

CONSULTA AQUÍ:

martes, junio 12, 2007

ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA:

Laberinto.
En la civilización egea, que se desarrolló antes de la llegada de los helenos, era común la construcción de enmarañados laberintos en cuyos innumerables corredores, cámaras y vericuetos solían perderse los visitantes.
Los latinos llamaron a estas construcciones labyrinthus, del griego labyrinthos, una palabra que, según el lingüista francés Antoine Meillet, especializado en lenguas indoeuropeas, probablemente es de origen cario. Los carios eran uno de los pueblos del mar Egeo, desplazados por los helenos unos nueve siglos antes de nuestra era.
El más famoso de aquellos laberintos era, sin duda, el de Creta que, según la mitología griega, fue construido por Dédalo para encerrar al mítico Minotauro, un animal sanguinario con cuerpo humano y cabeza de toro.
Atuendo. Ostentación, atavío, vestido. La estruendosa ostentación de los reyes medievales, que se presentaban en público vistiendo sus ropas cargadas de oro y pedrería y precedidos de estridentes bandas musicales, era llamada en bajo latín addondo, voz proveniente del verbo attonare (llenar de estupor; aturdir) y de su participio pasivo attonitus (asombrado, golpeado por un rayo).
En español se registró primero atondo, que se refería precisamente a la pompa, el aparato, la ostentación, el fausto que eran propios de la majestad real.
Atondo y luego atuendo tuvieron inicialmente ese significado que después se generalizó, además de la pompa, para las ropas, los utensilios y los muebles de los monarcas, hasta que finalmente acabó por limitarse a designar apenas el vestido, primero de los reyes y luego de todo el mundo. Cabe mencionar que atuendo sufrió además la influencia de ‘trueno’ y dio lugar también a estruendo: ruido grande, confusión, alboroto.
Minuto. El adjetivo latino minutus (pequeño) procede del verbo minuere (mermar, reducir), con origen en el indoeuropeo mei- (pequeño), al igual que disminuido, menor, menos, mínimo, minucia, etc. En latín medieval al minuto se lo denominó minuta, palabra clave extraída de pars minuta prima (primera parte pequeña), así llamado originalmente. En español, derivó a minuto, y como tal se documenta desde el siglo xv.
Algo parecido ha ocurrido con la palabra segundo: del indoeuropeo sek- (seguir), procede del latín sequire, con idéntico significado y de éste, también del latín, secundus (que sigue a otro, segundo). En latín medieval se llamó secunda, extraído de pars minuta secunda (segunda parte pequeña), que es como en principio se denominaba cada una de las partes en que se dividía una minuta.
Aceite.
Los árabes enseñaron al mundo los secretos de la elaboración del aceite a partir de la aceituna, el fruto del olivo. Ésta es la razón por la cual los vocablos aceite y aceituna provienen del árabe az zayt y az zaytuna, respectivamente. El aceite de oliva se obtiene por prensado en frío de las aceitunas. El producto del primer prensado se llama ‘aceite virgen’, mientras que el resto, de calidad inferior, se obtiene mediante prensados sucesivos.
Después de que los árabes enseñaran a los europeos el procedimiento para la obtención del aceite de oliva, éstos idearon nuevos métodos para extraer aceites a partir de otros granos, como soja, arroz, ricino, girasol, maíz y otros.
Sin embargo, el aceite de oliva, base de la dieta mediterránea, se destaca sobre todos los demás por su composición, que favorece la reducción de los niveles de colesterol de baja densidad (LDL), o colesterol ‘malo’, y aumenta los niveles del ‘buen’ colesterol, o de alta densidad (HDL). El aceite de oliva cuenta asimismo con antioxidantes naturales, como el alfa-tocoferol (vitamina E).
En lengua portuguesa, el nombre azeite se reserva para el aceite de oliva, mientras que los de otro origen son denominados óleos, pero en castellano llamamos aceite no sólo a los de origen vegetal, sino también a los aceites minerales derivados del petróleo, de uso en máquinas y automóviles, que poco tienen que ver con las aceitunas.

lunes, junio 11, 2007

Botella al mar para el Dios de la palabra...

Gabriel García Márquez (Discurso ante el I Congreso Internacional de la Lengua Española)
A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!» El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.
No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo.
Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado.
A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es «la color» de los enamorados.
¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?.
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa.
En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos.
Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 años.
Este discurso generó una gran polémica, sin embargo; resume con gran belleza un elogio a la palabra, a esa palabra andante, cotidiana y construida por los hablantes, callejera y elocuente más allá de las reglas.

domingo, junio 10, 2007

La decadencia de la mentira II

Fragmento II parte. Por Oscar Wilde.
La tempestad es la más perfecta de las palinodias. Todo cuanto deseo demostrar es que la obra magnífica de los artistas de la época isabelina y de los Jacobitas contenía en sí el germen de su propia disolución, y que si adquirió algo de su fuerza utilizando la vida como material, toda su flaqueza proviene de que la tomó como método artístico. Como resultado inevitablemente de sustituir la creación por la imitación, de ese abandono de la forma imaginativa, surge el melodrama inglés moderno.
Los personajes de esas obras hablan en escena exactamente lo mismo que hablarían fuera de ella; no tienen aspiraciones ni en el alma ni en las letras; están calcados de la vida y reproducen su vulgaridad hasta en los menores detalles; tienen el tipo, las maneras, el traje y el acento de la gente real; pasarían inadvertidos en un vagón de tercera clase.., ¡Y que aburridas son esas obras! No logran siquiera producir esa impresión de realidad a la que tienden y que constituye su única razón de ser.
Como método, el realismo es un completo fracaso. Y esto, que es cierto tratándose del drama y de la novela, no lo es menos en las artes que llamamos decorativas. La historia de esas artes en Europa es la lucha memorable entre el orientalismo, con su franca repulsa de toda copia, su amor a la convención artística y su odio hacia la representación de las cosas de la naturaleza y de nuestro espíritu imitativo. Allí donde triunfó el primero, como en Bizancio, en Sicilia y en España por actual contacto, o en el resto de Europa por influencia de las Cruzadas, hemos tenido bellas obras imaginadas, donde las cosas visibles de la vida se convierten en artísticas convenciones, y las que no posee la vida son inventadas y modeladas para su placer. Pero allí donde hemos vuelto a la naturaleza a la vida, nuestra obra se hecho siempre vulgar, común y desprovista de interés.
La tapicería moderna con sus efectos aéreos, su cuidada perspectiva, sus amplias extensiones de cielo inútil, su fiel y laborioso realismo, no posee la menor belleza. Las vidrieras pintadas de Alemania son por completo detestables. En Inglaterra empezamos a tejer tapices admirables porque hemos vuelto al método y al espíritu orientales. Nuestros tapices y nuestras alfombras de hace veinte años, con sus verdades solemnes y deprimentes, su vano culto a la naturaleza, sus sórdidas copias de objetos visibles, se han convertido, hasta para los filisteos, en motivos de risa. Un mahometano culto me hizo un día esta observación. "Vosotros, los cristianos, estáis tan ocupados en interpretar mal el sentido del cuarto mandamiento, que no habéis pensado nunca en hacer una aplicación artística del segundo". Tenía por completo razón, y la concluyente verdad sobre este tema es que la verdadera escuela de arte no es la vida, sino el arte.
...El arte encuentra su perfección en sí mismo y no fuera de él. No hay que juzgarlo conforme a un modelo interior. Es velo más bien que un espejo. Posee flores y pájaros desconocidos en todas las selvas. Crea y destruye mundos y puede arrancar la luna del cielo con un hilo escarlata. Suyas son las "formas más reales que un ser viviente", suyos son los grandes arquetipos de que son copias imperfectas las cosas existentes. Para él la naturaleza no tiene leyes ni uniformidad. Puede hacer milagros a voluntad, y los monstruos salen del abismo a su llamada. Puede ordenar al almendro que florezca en invierno y hacer que nieve sobre el campo de trigo en sazón. A su voz, la helada coloca su dedo de plata sobre la boca ardorosa de junio, y los leones alados de montañas Lidias salen de sus cavernas. Cuando pasa, las dríades lo espían en la espesura y los faunos bronceados lo sonríen extrañamente. Lo adoran dioses con cabezas de halcón, y los centauros galopan junto a él

lunes, junio 04, 2007

ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA:

De este convulsionado momento político que vivimos, me llegaron las siguientes palabras para dilucidar el origen y su significado.
Nepotismo.
Otorgamiento de empleos o favores públicos a los familiares más cercanos de un gobernante o alto funcionario.
Se originó en la raíz indoeuropea nepot- que significaba tanto nieto como sobrino; una ambigüedad que se trasmitió al latín, lengua en la cual nepos nepotis también significaba nieto y sobrino.
En las fuentes medievales más antiguas del español, se encuentra indistintamente nieto y nepto; y es que, en español y en portugués, la supervivencia de sobrinus permitió que la palabra precisara más su sentido para significar apenas a los hijos de los hijos, mientras que en francés neveu y nièce significan sólo sobrino/a y en inglés la palabra latina derivó hacia nephew, también como sobrino.
La misma raíz indoeuropea se derivó hacia el sánscrito napat (nieto), mientras que con el significado de sobrino se formaron la voz griega anepsiós, la alemana neffe y la holandesa neef.
La palabra nepotismo se formó en los primeros siglos del cristianismo, cuando algunos papas, que no tenían hijos o no admitían tenerlos, concedían los mejores empleos y los favores de Estado a sus sobrinos, quienes frecuentemente eran en realidad sus hijos ilegítimos.
Perpetrar.
Significa ‘cometer o consumar un delito’, por lo menos desde mediados del siglo XIII, cuando Alfonso el Sabio escribió Las siete partidas, como vemos en este trecho de esa obra:
Porque la natura humanal es mas pronta & inclinada a comenter & perpetrar delictos & crimenes que a adquerir & catar virtudes commo quier quel onbre por nuestro señor fue criado para su seruiçio para onrrar (...).

Perpetrar se formó a partir del latín perpetrare, que no tenía el mismo matiz de acto delictivo.
Significaba ‘cumplir una tarea completamente, hasta el final’. La palabra latina se había formado con el prefijo per- (totalmente, completamente) y patro (hacer, ejecutar, cumplir, llevar cabo), como en patrare promissa (cumplir las promesas).
Sofocar.
Sofocar a alguien es ‘ahogarlo, impidiendo la respiración’, es decir, apretar su garganta para que no pueda respirar.
La palabra latina suffocare, de la cual se derivó sofocar, significaba precisamente eso: ‘ahogar’, ‘estrangular’, ‘asfixiar’, y se formó mediante el sufijo sub- (hacia abajo) y fauces (garganta), o sea que literalmente equivalía a ‘apretar la garganta hacia abajo’.
Otro derivado de fauces es ahogar, que llegó a nuestra lengua derivada del latín offocare, de significado análogo.
Naúsea.
Cuando una mujer joven padece 'náuseas' o 'mareos', inmediatamente se suele pensar en embarazo como posible causa de la molestia.
Sin embargo, la etimología de ambos vocablos se vincula más bien a los padecimientos de los navegantes, causados por el movimiento de sus embarcaciones.
En efecto, mareo proviene de la palabra latina mare (mar), mientras que náusea llegó a nuestra lengua procedente del latín nausea y ésta, del griego nausía, derivada de nautés (navegante, como en astronauta, cosmonauta, argonauta), de donde devino también la palabra griega naos (nave).
Por extensión, náusea designa hoy no sólo el mareo provocado por las naves, sino también las ganas de vomitar y, en otra acepción, la ‘repugnancia o aversión que causa algo’. La Academia ha castellanizado e incluido en el Diccionario la expresión latina ‘ad náuseam’ (hasta la náusea).
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En verdad el acontecer diario con este gobierno nepótico sofoca hasta provocar naúseas y mejor lo dejamos hasta aquí no sea que se me acuse de perpetrar una infamia.

domingo, junio 03, 2007

Se escriben en una sola palabra...

Sinnúmero.
‘Infinidad, número incalculable’: «Un sinnúmero de cartas de padres con hijos drogados le pedían consejo» (Hoy [Chile] 25.4-1.5.84). Es un sustantivo masculino y se escribe siempre en una sola palabra. No debe confundirse con la locución adjetiva sin número, escrita en dos palabras, que se usa pospuesta a un sustantivo y significa ‘innumerable’: «Temía [...] que una ofensa a la gran sacerdotisa pudiese generar desgracias sin número» (Moix Sueño [Esp. 1986]).
Sinrazón.
‘Acción hecha contra justicia y fuera de lo razonable o debido’: «Ha optado por la sinrazón de aumentar inmisericordemente las tasas impositivas» (Excélsior [Méx.] 9.11.96). Es un sustantivo femenino y se escribe siempre en una sola palabra. No debe confundirse con la combinación de la preposición sin y el sustantivo razón: «Esto lo ha hecho sentirse culpable sin razón» (Britton Siglo [Pan. 1995]).
Sinsabor.
‘Pesar o disgusto’: «Pronto conoció el sinsabor de la derrota» (País [Esp.] 1.2.85). Es un sustantivo masculino y se escribe siempre en una sola palabra. No debe confundirse con la combinación de la preposición sin y el sustantivo sabor: «Obteniéndose un producto prácticamente inodoro y sin sabor alguno» (Farro Industria [Perú 1996]).
Sinsentido.
‘Cosa absurda y que no tiene explicación’: «La carta era un sinsentido, pero lo que hice después fue un desatino» (CInfante Habana [Cuba 1986]). Es un sustantivo masculino y se escribe siempre en una sola palabra. No debe confundirse con la combinación de la preposición sin y el sustantivo sentido: «Apenas se dijeron siete u ocho frases sin sentido» (Vergés Cenizas [R. Dom. 1980]).
Sinvergüenza.
‘Inmoral o descarado’. Este adjetivo, que puede usarse también como sustantivo, se escribe siempre en una palabra: «¡Qué sinvergüenza eres, Manolito!» (Suárez Dios [Esp. 1987]); «Josefina Viveros se había portado toda la vida como una sinvergüenza» (Donoso Elefantes [Chile 1995]). No debe confundirse con la secuencia formada por la preposición sin seguida del sustantivo vergüenza, que significa ‘sin pudor’: «Recuperaban el deseo silvestre, sin ningún sentimiento de culpa, sin vergüenza alguna» (Pozo Novia [Esp. 1995]).
Sobremanera.
‘En extremo, muchísimo’: «La viuda agradecía sobremanera los arrumacos del tonto» (Argüelles Letanías [Esp. 1993]). Es preferible esta forma, hoy mayoritaria, a la grafía en dos palabras sobre manera.
Es incorrecto su uso con preposición antepuesta: «Se mostraba “complacido en sobremanera por la entrevista”» (Mundo [Esp.] 8.12.94); «Les preocupa de sobremanera la baja inversión en tecnología» (Abc [Par.] 6.10.00).
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sábado, junio 02, 2007

Lo que no sucede y sucede.

Discurso de Javier Marías durante la ceremonia de entrega del premio Rómulo Gallegos (1995).
Quizá no sea lo más sensato por parte de un escritor que sobre todo hace novelas confesar que cada vez le parece más raro no ya el hecho de escribirlas, sino incluso el de leerlas.
Nos hemos acostumbrado a ese género híbrido y flexible desde hace por lo menos trescientos noventa años, cuando en 1605 apareció la primera parte del Quijote en mi ciudad natal, Madrid, y nos hemos acostumbrado tanto que consideramos enteramente normal el acto de abrir un libro y empezar a leer lo que no se nos oculta que es ficción, esto es, algo no sucedido, que no ha tenido lugar en la realidad.
El filósofo rumano Cioran, muerto recientemente, explicaba que no leía novelas por eso mismo; habiendo ocurrido tanto en el mundo, cómo podía interesarse por cosas que ni siquiera habían acontecido; prefería las memorias, las autobiografías, los diarios, la correspondencia y los libros de historia.
Si lo pensamos dos veces, tal vez a Cioran no le faltara razón y tal vez sea inexplicable que personas adultas y más o menos competentes estén dispuestas a sumergirse en una narración que desde el primer momento se les advierte que es inventada. Todavía es más raro si tenemos en cuenta que nuestros libros actuales llevan en la cubierta, bien visible, el nombre del autor, a menudo su foto y una nota bibliográfica en la solapa, a veces una dedicatoria o una cita, y sabemos que todo eso es aún de ese autor y no del narrador.
A partir de una página determinada, como si con ella se levantara el telón de un tesoro, fingimos olvidar toda esa información y nos disponemos a atender a otra voz -sea en primera o tercera persona- que sin embargo sabemos que es la de ese escritor impostada o disfrazada. ¿Qué nos da esa capacidad de fingimiento? ¿Por qué seguimos leyendo novelas y apreciándolas y tomándolas en serio y hasta premiándolas, en un mundo cada vez menos ingenuo?Parece cierto que el hombre -quizá aún más la mujer- tiene necesidad de algunas dosis de ficción, esto es, necesita lo imaginario además de lo acaecido y real.
No me atrevería a emplear expresiones que encuentro trilladas o cursis, como lo sería asegurar que el ser humano necesita "soñar" o "evadirse" (un verbo muy mal visto este último en los años setenta, dicho sea de paso).
Prefiero decir más bien que necesita conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue. Cuando se habla de la vida de un hombre o de una mujer, cuando se hace recapitulación o resumen, cuando se relata su historia o su biografía, sea en un diccionario o en una enciclopedia o en una crónica o charlando entre amigos, se suele relatar lo que esa persona llevó a cabo y lo que le pasó efectivamente.
Todos tenemos en el fondo la misma tendencia, es decir, a irnos viendo en las diferentes etapas de nuestra vida como el resultado y el compendio de lo que nos ha ocurrido y de lo que hemos logrado y de lo que hemos realizado, como si fuera tan sólo eso lo que conforma nuestra existencia.
Y no olvidamos casi siempre que las vidas de las personas no son sólo eso; cada trayectoria se compone también de nuestras pérdidas y nuestros desperdicios, de nuestras omisiones y nuestros deseos incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse -todas menos una a la postre-, de nuestras vacilaciones y nuestras ensoñaciones, de los proyectos frustrados y los anhelos falsos o tibios, de los miedos que nos paralizaron, de lo que abandonamos o nos abandonó a nosotros.
Las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo comprobable y cuantificable y recordable como en lo más incierto, indeciso y difuminado, quizá estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser.Y me atrevo a pensar que es precisamente la ficción la que nos cuenta eso, o mejor dicho, la que nos sirve de recordatorio de esa dimensión que solemos dejar de lado a la hora de relatarnos y explicarnos a nosotros mismos y nuestra vida. Y todavía es hoy la novela la forma más elaborada de ficción, o así lo creo.
En cierto sentido el libro que el jurado del Premio Internacional Rómulo Gallegos acaba de premiar tan aventurada y discutiblemente trata de eso. En el texto que tienen en la mano ustedes se dice que Mañana en la batalla piensa en mi habla, entre otras cosas, del engaño en el sentido más amplio de la palabra, y se cita una frase de la novela que dice "Vivir en el engaño es fácil, y aún más, es nuestra condición natural, y por eso no debería dolernos tanto".
Se recuerda que todos vivimos parcial, pero permanentemente engañados, o bien engañando, contando sólo parte, ocultando otra parte y nunca las mismas partes a las diferentes personas que nos rodean. Y sin embargo a eso no acabamos de acostumbrarnos, según parece. Y cuando descubrimos que algo no era como lo vivimos - un amor o una amistad, una situación política o una expectativa común y aún nacional- se nos aparece en la vida real ese dilema que tanto puede atormentarnos y que en gran medida es territorio de la ficción: ya no sabemos cómo fue verdaderamente lo que parecía seguro, ya no sabemos como vivimos lo que vivimos, si fue lo que creíamos mientras estábamos engañados o si debemos echar eso al saco sin fondo de lo imaginario y tratar de reconstruir nuestros pasos a la luz de la revelación actual y del desengaño.
La más completa biografía no está hecha sino de fragmentos irregulares y descoloridos retazos, hasta la propia. Creemos poder contar nuestras vidas de manera más o menos razonada y cabal, y en cuanto empezamos nos damos cuenta de que están pobladas de zonas de sombra, de episodios inexplicados y quizá inexplicables, de opciones no tomadas, de oportunidades desaprovechadas, de elementos que ignoramos porque atañen a los otros, de los que aún es más arduo saberlo todo o saber un poco.
El engaño y su descubrimiento nos hacen ver que también el pasado es inestable y movedizo, que ni siquiera lo que parece ya firme y a salvo en él es de una vez ni es para siempre, que lo que fue está también integrado por lo que no fue, y que lo que no fue aún puede ser.
El género de la novela da eso o lo subraya o lo trae a nuestra memoria y a nuestra conciencia, de ahí tal vez su perduración y que no haya muerto, en contra de lo que tantas veces se ha anunciado. De ahí que acaso no sea justo lo que he dicho al principio, a saber, que la novela relata lo que no ha sucedido. Quizá ocurra más bien que las novelas suceden por el hecho de existir y ser leídas, y, bien mirado, al cabo del tiempo tiene mas realidad Don Quijote que ninguno de sus contemporáneos históricos de la España del siglo XVII; Sherlock Holmes ha sucedido en mayor medida a la Reina Victoria, porque además sigue sucediendo una vez y otra, como si fuera un rito; la Francia de principios de siglo más verdadera y perdurable, más "visitable", es sin duda la que aparece en En busca del tiempo perdido; e imagino que para ustedes la imagen más auténtica de su país estará mezclada con las páginas inventadas de don Rómulo Gallegos. Una novela no sólo cuenta, sino que nos permite asistir a una historia o a unos acontecimientos o a un pensamiento, y al asistir comprendemos.
Saber todo eso -querer creerlo es más exacto- no resulta a veces bastante para el escritor, mientras está escribiendo. Hay momentos en los que yo levanto la vista de la máquina de escribir y me extraño del mundo del que estoy emergiendo, y me pregunto cómo, siendo adulto, puedo dedicar tantas horas y tanto esfuerzo a algo sin lo que muy bien podría pasarse el mundo, incluyéndome a mi mismo, como puedo ocuparme de relatar unas historia que yo mismo voy averiguando a mediada que la construyo, cómo puedo pasar parte de mi vida instalado en la ficción, haciendo suceder cosas que no suceden, con la extravagante y presuntuosa idea de que eso puede interesar algún día a alguien. Cómo según definió la actividad literaria el novelista y ensayista y poeta Robert Louis Stevenson, "puedo estar jugando en casa, como un niño, con papel".
Todo escritor es aún mas lector y lo será siempre hemos leído mas obras de las que nunca podremos escribir, y sabemos que ese interés, ese apasionamiento, es posible porque lo hemos experimentado centenares de veces; y que en ocasiones comprendemos mejor el mundo o a nosotros mismos a través de esas figuras fantasmales que recorren las novelas o de esas reflexiones hechas por una voz que parece no pertenecer de todo al autor ni al narrador, es decir, no del todo a nadie.
Averiguamos también que quizá escribimos porque algunas cosas sólo podemos pensarlas mientras lo hacemos, aunque cuado me preguntan eso tan reiterado, por qué escribo, prefiero contestar que para no tener jefe y para no madrugar. Además creo que es verdad, mucho más que lo que les acabo de decir aquí.
Lo cierto es que recibir un premio como el Rómulo Gallegos supone, además de un honor y una gran alegría, una especie de recordatorio benévolo para el futuro. Cuando escriba mi próxima novela, y de vez en cuando haga un alto y levante la vista y me extrañe de lo imaginario que me habrá absorbido durante largo rato, podré pensar que, en contra de mis previsiones y mis aprensiones, una vez, muy lejos de mi país, hubo unos lectores generosos y atentos que no sólo comparten la lengua en la que me expreso sino que lograron interesarse por lo que yo inventé e incorporé al cúmulo interminable de lo que a la vez no sucede y sucede, o lo que es lo mismo, de lo que pudo y puede ser...

viernes, junio 01, 2007

Defendiendo el derecho a decir...

Mi post de hoy va en defensa de la palabra como siempre, sólo que en esta oportunidad defiendo el derecho a libertad de expresión.
Hoy no me detengo en las dudas del idioma, la mayor duda es la incertidumbre en el mañana cuando las palabras enmudezcan, cuando pierdan su sentido, cuando el silencio se imponga.
Qué importancia pueden tener los acentos si no valoramos el énfasis de cada aguerrido estudiante que continúa marchando. Cuando no entendemos el sonido blanco y puro de la palabra libertad y su analogía en el vuelo explayado de un águila o un cóndor.
Me gustaría que interpretaran la sordidez de los discursos plagados de patriotismos, que entendieran la redundancia cuando en el oficialismo hablan de patria, socialismo y muerte, porque sólo significa guerra.
Hace falta liderazgo, poner el acento en hombres y mujeres que puedan comandar y hacer crecer la esperanza.
Comparto con http://romrod.blogspot.com en buscar la paz, lo que no significa en ningún momento claudicar en la lucha.
Quisiera entender que las palabras defensoras de la libertad de expresión en todos los blogs, tienen hondura, significados trascendentes, caminos para andar, pilares donde asirnos, fuerza verdadera.
Ya estamos cansados de soliloquios, nos abruman los puntos suspensivos…ese dejar para mañana, el luego, ese otro día que diluye las fuerzas y sucumbe en el olvido.